En el año 2008 y con su cámara Panasonic Z1 en mano, Anabel Rodríguez Ríos visitaba por primera vez Congo Mirador, un pueblo del estado Zulia que se haría una parada habitual en su incipiente carrera como directora de cine y que, luego de una década, la colmaría de esperanza y satisfacciones.
La directora de Érase una vez en Venezuela. Congo Mirador, película que Venezuela postuló a la carrera para lograr nominaciones en dos categorías a los Premios Oscar 2021 (Mejor Documental y Mejor Película Internacional), comenzó el rodaje de su producción en 2013, luego de un proyecto previo llamado El Galón, el cual la llevó a tener su primer contacto con Congo Mirador, pueblo palafítico situado sobre las aguas del Lago de Maracaibo.
Érase una vez en Venezuela… retrata el deterioro progresivo que, durante cinco años, sufre esta comunidad, hasta quedar sumida en la ruina y el abandono debido a la crisis socioeconómica que afecta al Zulia, una de las regiones hasta hace poco más prósperas del país. La historia también se presenta como un reflejo de la precarización de la calidad de vida de Venezuela, como consecuencia de su crisis humanitaria.
Hasta ahora, el filme ha conseguido cinco premios en importantes festivales internacionales como el de Tel Aviv, en Israel, y el de Hot Springs, en Estados Unidos; además de ocho nominaciones en competencias de alto nivel como los festivales de Sundance, Miami, La Habana y Atlanta.https://www.youtube.com/embed/K4ssZjWxVA4?start=7&feature=oembed&wmode=opaque
La caraqueña de 43 años, y ucabista egresada de la Escuela de Comunicación Social, ha transitado un largo camino desde sus estudios básicos hasta la culminación de su etapa universitaria, tiempos en los que, dice, recogió múltiples experiencias que marcaron su vida y despertaron en ella una inquietud por aquellos fenómenos sociales que aquejan a una buena parte de la población venezolana.
De hecho, la pobreza y la marginalización, junto con la polarización política, son tres de los tópicos que más le preocupan y que busca reflejar en su obra audiovisual. En esta entrevista, Rodríguez Ríos -actualmente residenciada en Viena- se explayó sobre el proceso de sensibilización que puso en marcha, con la exhibición de su película, mostrando la crisis venezolana desde una perspectiva íntima.
La comunicadora señaló que, más allá de la alegría que le suponen los galardones, su principal interés con esta película es sensibilizar a la comunidad internacional y propiciar procesos en materia de protección de los derechos humanos, en el marco de una cooperación internacional que derive en la «curación» de Venezuela.
A propósito de su paso por las aulas de la UCAB, también expuso retazos de sus vivencias en la que fue su casa de estudios hasta 1998 e invitó a los jóvenes universitarios a «aprender lo más que puedan» para «desarrollarse y ayudar también a que los demás se desarrollen». Además, recordó las dificultades que le supuso iniciar su carrera en la gran pantalla, dadas las trabas impuestas por un país que ofrece muy poco apoyo a las producciones cinematográficas independientes y, en este caso, siendo tan crítica con respecto a la actual gestión gubernamental.
Natalie Sánchez, uno de los personajes principales de Érase una vez en Venezuela
EL «GRITO» DE UN PAÍS DEVASTADO
¿Qué recuerdos destacas de tu paso por la UCAB?
«En el año 98, mi promoción se graduó con los de Economía, junto con Giovanni Pulgarín y Maickel Melamed. Hubo bastantes maestros que me inspiraron, y Marcelino Bisbal, mi tutor de tesis, fue uno de ellos. Cuando terminé mi trabajo de grado, él me dijo ‘bueno, de aquí a Nueva York’. En aquel momento no sospechábamos lo que estaba por venir».
¿Cómo era Anabel, la estudiante universitaria?
«No era igual a mis compañeros, ellos tenían unas posibilidades económicas muy distintas. En esa época se me abrió un mundo. Vivíamos en una Venezuela de bastante ostentosidad y el tipo de cosas que uno aprendía en la carrera correspondían a otro país y a otros intereses distintos a los de hoy en día. La diferencia de clases que existe en la actualidad también se veía, pero hoy son distintos los actores y su configuración; por aquel entonces, esta realidad del país no era tan evidente. Por otra parte, la publicidad y el entretenimiento eran más atractivos para los jóvenes. Conservo amigos de esa época, como la productora ejecutiva de la película, Claudia Lepage».
¿Dirías que la pérdida de aquella «ostentosidad» fue la motivación para realizar buena parte de los proyectos que has llevado a cabo?
«Ya tenía una vocación por temas sensibles, como la pobreza y la marginalización de la sociedad. Justo al terminar la universidad rodé un documental en 16 mm en la Cinemateca Nacional que aludía a ese tipo de temas. En medio de aquel rodaje me encontré en Propatria y recuerdo haber visto en un esténcil la figura de Chávez con la boina icónica de su golpe de estado. Esto me llamó la atención por mi propia historia, la cual me había llevado a desarrollar esa inquietud».
¿Cómo evolucionó esa inquietud con el paso del tiempo, ya que vivimos un periodo en el que, para muchos, hay una brecha social que se ha ido ampliando.
«Recuerdo una vez en la que estaba volviendo a la universidad para grabar un documental para Franco De Peña, relacionado al tema del populismo de Chávez, y vi desde la universidad a los chicos del Movimiento Estudiantil, enfurecidos y envalentonados, enfrentarse a un grupo de colectivos. Fui muy sensible ante ese momento, porque contaba con muchos amigos dentro del movimiento y fue difícil ver ese enfrentamiento entre una misma generación debido a la larga lucha de clases. En ese momento, ya se vivía un gran problema por la polarización política. Han sido un cúmulo de experiencias las que han despertado en mí ese deseo de entender a esa parte del país que ha sido marginada; han sido cosas que me han impulsado a realizar lo que hoy en día es esta película».
¿Cómo nació tu deseo de llevar al plano internacional, esta vez desde una perspectiva más íntima, la crisis venezolana?
«No hubo esa intención desde un principio, sino que una cosa fue llevando a la otra. Visité por primera vez el pueblo en 2008 para una producción llamada «Los Venezolanos», que era parte de una serie llamada «Los Latinoamericanos», para Televisión América Latina, y la narrativa de aquella película abría con el relámpago del Catatumbo. Allí conocimos a niños y a sus familiares y nos interesamos por su situación».
¿En qué momento se dieron cuenta del potencial de la película para ser internacionalizada?
«Con el tiempo, el desarrollo de la historia nos hizo ver la posibilidad de que esto creciera y se concibió una coproducción, eso fue un arte de Claudia Lepage y Sepp Brudermann, con esto ya empezó a tomar otra dimensión. Ya habíamos recibido el apoyo del Instituto de Documentales de Ámsterdam, que se sumó al apoyo del Programa Ibermedia, un fondo multinacional fundado por Venezuela y del que Venezuela está fuera en la actualidad. Además, no hemos parado de participar en eventos de mercado en los que hemos expuesto el proyecto y conseguido aliados de todo tipo. Es por este trabajo de cooperación y búsqueda de alianzas que la película se hizo visible para los programadores del festival de Sundance, por ejemplo. A lo largo de estos ocho años nos hemos dado cuenta de que pertenecemos a una comunidad mucho más amplia que la de un país, debido a que somos artistas independientes».
Siendo la temática de la película tan delicada y sabiendo que tienes la intención de sensibilizar a la comunidad internacional, ¿ves una posible nominación en los Premios Oscar como el objetivo final para lograrlo o hay otras metas mayores que te plantees?
«Si la película llegara a esos niveles, ese escenario funcionaría como una gran caja de resonancia de una película que lleva la voz de un país devastado… es una voz auténtica, un grito, prácticamente. Con la nominación esto se vería multiplicado y la película podría impactar a un nivel mayor. Esto significaría que podría acompañar procesos de cambio en el país y en el marco de la cooperación internacional que beneficien ese deseo de que consigamos un camino para solucionar este tremendo problema, pues Venezuela está como un enfermo terminal. La película es maravillosa, pero no se trata de la obra como tal. El aspecto social es el que, en este momento, me está moviendo para hacer esta campaña, porque lo que quiero es una curación para Venezuela y para nosotros como sociedad».
Entonces, ¿los objetivos mayores por los que te preguntaba antes serían los relacionados al cambio social al que te refieres?
«Me encantaría acompañar procesos en las Naciones Unidas, en la parte de protección a los derechos humanos. De hecho, estar en todos los espacios de derechos humanos es el plan para este año, queremos incidir en esos espacios. También quisiera animar procesos en el Parlamento Europeo, donde hay bastante actividad. Estoy bastante enfocada en el aspecto social de la película porque me di cuenta, al estrenarla, de que esto era el comienzo de un proceso de comunicación. La retórica que acompaña la película, la conversación de la gente y su reacción hacen una obra de arte y es todo ese proceso lo que el artista es».
¿Crees que este mensaje está calando realmente en la comunidad internacional?
«No sé si sea a tan gran escala, pero somos parte de una selección muy privilegiada de películas en el Foro de Derechos Humanos de Ginebra, que es el más importante de Europa y se realizará en marzo, lo cual es una buena señal. Sería maravilloso mostrarle la película a Michelle Bachelet, pero a esas instancias no hemos llegado. Sin embargo, entre los venezolanos ha tenido una resonancia increíble, porque toca la fibra de la querencia sin importar de qué lado estás».
¿Qué mensaje quisieras dedicarle a la comunidad ucabista y a todos aquellos que quieran incursionar en el cine y encabezar proyectos como el que hoy en día tienes entre manos?
«Aprendan lo más posible. La universidad es una gran referencia para nosotros como venezolanos. En mi experiencia, la perseverancia es una de las cosas que más me ha ayudado y también la claridad de saber qué es lo que me mueve. Uno suele concentrarse en el momento, en ese examen y en que todo quede lo mejor posible, pero espero que ustedes estén libres de ideologías, que sean libres de pensamiento y que sean críticos. Las cosas no son como a uno le dicen, sino que hay que estudiarlas y analizarlas. Un ser humano debe desarrollarse y ayudar también a que los demás se desarrollen. La situación del país es muy complicada, pero las posibilidades las creamos nosotros. Vivimos en una tierra bendecida en donde hay realmente de todo, y en conjunto con esos recursos podemos hacer de ese lugar un paraíso. Ustedes, a los que los está rodeando la tragedia, deben abrir su corazón sin miedo y hacer, desde sus propias sensibilidades, lo posible por progresar, sea en el ámbito que sea».
El 9 de febrero de 2021 se dará a conocer la lista de precandidatos a Mejor Película Internacional y Mejor Largometraje Documental, categorías en las cuales Érase una vez en Venezuela fue postulada. Posteriormente, el 15 de marzo, se conocerán las nominaciones. Si logra ingresar a estas listas, Anabel Rodríguez Ríos habrá hecho historia. Si no ocurriera, su esfuerzo sigue valiendo la pena porque, como ella misma dice, se trata de comunicar y alzar la voz contra una dura realidad que va más allá de las pantallas.
♦Texto: Diego Salgado/Fotos: Cortesía de Circuito Gran Cine
Con información de El Ucabista